lunes, 1 de julio de 2013

Correr el riesgo




“De todos los riesgos que he corrido, el único que no hubiera corrido nunca,
es el de no haberlos corrido todos”

( Angeles Mastretta )


Renuncié al trabajo, vendí unas cuantas pertenencias, destruí la opinión de los demás, ignoré las presiones sociales; tomé mis lentes de pasta, mi música y mis libretas de bocetos; grabé en mi memoria tu rostro mientras dormías, te recorrí completa con una mirada llena de añoranza, empapé mi corazón con tus besos, impregné mi alma de tu esencia, te escribí 5 palabras y me marché.

La noche era más obscura que de costumbre, casi tan obscura como mi secreta intensión de marcharme dejándote la puerta abierta de nuestro balcón. La luna estaba oculta tras la espesura de las nubes aborregadas y había un silencio desafiante por las calles que hacía retumbar en mis oídos la duda y el arrepentimiento; corría un ligero viento que parecía empeñarse en empujarme sutilmente hacia delante; que me impedía dar la media vuelta, regresar a tu lado y “pretender” que no pasaba nada; el viento esa noche me insinuó delicadamente a cada paso:  sigue adelante, no mires atrás, debes correr el riesgo.






Mirarte dormida envuelta entre las sábanas blancas de algodón de nuestra cama y aún así mantenerme firme para marcharme no fue fácil, en lo absoluto. A pesar de mis dudas existenciales, de mis arranques de tristeza, de los cuestionamientos sobre la vida, de mis presuntas enfermedas; a pesar de todo el peso que traía cargando sobre mis espaldas y de todos los obstáculos que yo mismo fui interponiendo en el camino, yo te amaba. Quizá me quedaban muy pocas fuerzas, quizá mi ser ya estaba desgastado, decolorado, deshilachado y sobrepasado por haberme olvidado en el camino, pero yo te amaba y fue precisamente porque te amaba que ya no era capaz de seguir entregando solamente “una pequeña porción de lo que quedaba de mi ser ”.  Necesitaba redescubrir lo que era amar la vida, amar mi vida; necesitaba llenarme los pulmones de oxígeno, inyectarme el alma de dicha, rebosar mi corazón de libertad; quería llenarme la vida de ganas de vivirla para amarte enteramente y -quizá- vivirla junto a ti.

Nunca te quise dejar, tenía que hacerlo. No tenía otra alternativa porque el momento de tomar una decisión radical en mi vida me había golpeado de frente en donde más me dolía: “Correr el riesgo de marcharme y perderte,  o quedarme y quizá nunca encontrarme.”

No podía seguir permitiéndome vivir a medias: medio feliz y medio desgraciado, medio lleno y medio vacío, medio vivo y medio muerto; se me acababan las fuerzas y se que a ti se te partía el alma cada día que sentías como me consumía un poco más. Se que fue duro encontrarte con el vacío en nuestra cama y una nota en mi estudio, lo fue tanto como para mi lo fue el imaginarte con tu chongo mal hecho por las mañanas y con mis shorts como pijama; imaginar tu sonrisa luminosa y tu gesto con la nariz; las miradas de complicidad en cada nuevo proyecto y tus abrazos rodeando mi cintura mientras prepárabamos la cena. Fue duro imaginarte, pensarte, extrañarte y arriesgarme a perderte.

Pero me mantuve firme y decidido; y aún con las fuerzas agotadas y la poca determinación que aún quedaba muy en el fondo de mi ya casi extinto ser, emprendí el viaje que me haría encontrar a la persona que se me había extraviado en alguna esquina obscura de mi propia vida. Esa noche, abrí la puerta del balcón para que pudieras sentir la caricia suave de la brisa ligera que me había ayudado sutilmente a tomar la decisión de correr el riesgo de dejarte en libertad. Quería que supieras que me había marchado de noche porque no era capaz de pedirte que salieras de mi vida; no quería que salieras de mi vida, era yo quien tenía que salir de la tuya, y sólo hubiera sido capaz de cerrar la puerta, sabiendo que al menos había dejado abierta la puerta de nuestro balcón.  

La vida me colocó entonces delante de un desafío que estaba poniendo a prueba mi coraje y mi voluntad de cambio; y entonces caminé, exploré, busqué e indagué; me caí, me lastimé, me levanté y volví a caer.  Acepté, me rendí, me entregué, y entonces comprendí que debía soltar, observar y confiar para así ser capaz de abrir los ojos, afinar los oídos y expandir el corazón para que las respuestas  comenzaran a llegar a mi, una a una.  Dejé de interferir conmigo mismo y entonces comencé a re-encontrarme con la persona más valiosa de mi propia vida... 

Hoy, he reconocido a un nuevo yo, y tu no estás aquí -ojalá estuvieras aquí-; y sin embargo te llevo conmigo en todo momento porque que el día de hoy pueda sentirme vivo, completo, listo y sin miedo a correr riesgos es en gran parte gracias a tu presencia en mi vida. Eres y serás, de una u otra forma, un maravilloso regalo que me dió el cielo -y por eso te estaré eternamente agradecido-.

Ahora puedo ver claramente frente a mi un campo verde y fértil lleno de esperanza, ilusiones y sueños. Una nueva vida que está apunto de comenzar y que sin duda estará llena de retos y nuevos riesgos que correr; pero que estos riesgos sean muchos o pocos, fáciles o difíciles, ya no me harán dudar de lo que realmente anhelo porque ya he corrido el mayor de todos los riesgos.

Fue difícil, duro, desafiante y retador pero también fue liberador, maravilloso, y revelador.



Nunca quise que salieras de mi vida; pero tuve que marcharme de tu lado… 
porque sólo al correr el riesgo de perderte  – para reencontrarme  
tendríamos la oportunidad de  – quizá un día con suerte-
volvernos a encontrar…









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