domingo, 24 de enero de 2010

ayer...

Me deleité con los colores y sabores de un mercado.


Caminé hasta encontrar el sitio adecuado para no pensar y sólo sentir.


Me recosté en el pasto sin prisa ni preocupación.


Sentí el viento refrescante sobre mi cara.


Absorbí la energía renovadora del sol mientras me perdía en una relajación exquisita.


Sonreí al ver papalotes de colores, volando caprichosos en un cielo completamente azul. Los
envidié.


Observé desde lo alto de una pirámide lo maravilloso que tiene mi ciudad actual.


Descubrí que en días claros puedo observar a lo lejos, un "pico" nevado, un volcán más.


Viví el amor como debería de ser siempre: vivir el momento, el ahora; dejarse llevar, sentir, no pensar.


Me perdí en un sueño profundo y delicioso.


Desperté con hambre de vivir nuevas cosas, de seguir hasta el cansancio, de no desmayar, de seguir creyendo, de dejarme fluir, de tener fe.


Alimenté mi cuerpo, mi mente, mi alma y mi corazón.


Miré a través de un telescopio los cráteres y cordilleras de la luna.


Gocé de pláticas enriquecedoras, de manifestaciones de cariño sinceras, de palabras y silencios, acciones y reacciones.


Disfruté la compañía de esa persona tan única, como únicas son las pecas sobre su rostro.


Agradecí por haber tenido la capacidad de haber disfrutado este día, como “el día”, como “el presente”, como “el ahora”.


Sonreí.


Dormí hasta el amanecer.


1 comentario:

ANTAR dijo...

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