domingo, 6 de septiembre de 2009

Capítulo VII.

I. Crucero por el caribe.

Desde hace mucho tiempo y algunos fracasos, su servidora dejó de creer en la trascendencia del matrimonio.

La última vez que me casé, el matrimonio duró bastante más de lo que la gente y yo misma llegué a pensar. Pasaron 6 años antes de que “S” y yo nos divorciáramos. Al final la diferencia de edad, los cambios de residencia y las múltiples ocupaciones laborales hicieron de las suyas; el se terminó casando con la hija de mi medio hermano (irónicamente sus cuñados pasaron a ser sus suegros) y yo decidí darme un buen respiro de las relaciones amorosos con tendencia a volverse catastróficas.

Decidí viajar, sola, para pensar y meditar…. QUE GRAN IDEA:

“Un retiro espiritual a bordo de un crucero por el caribe”

La cantidad de mujeres y –asombrosamente- hombres maduros que se encontraban a bordo de tan elegante yate con mi misma situación era alarmante. Todo un paraíso en alta mar!

El instructor de yoga de las 8 de la mañana con sus pantalones blancos, torso desnudo y respiraciones profundas para obligarnos a oxigenar todo nuestro organismo, sólo lograba que yo saliera del aula con la temperatura corporal bastante elevada y muy deseosa de meterme a la piscina principal esperando que el agua estuviera helada, UFFF y que les digo del instructor del taller de arte de las 10:30… vaya que si tenía talento!!!!! Me provocaba querer experimentar un tantito inofensivo de bodypainting, y ofrecerle mi bien cuidada anatomía cual lienzo en blanco.
La verdad es que este crucerito estaba muy bien planeado. La duración total de semejante inducción al pecado: 2 meses.
La primera mitad de mi retiro se desarrolló bastante a gusto; gente nueva, lugares inimaginables, buen ambiente, buen servicio, buenos instructores… Pero a partir de la segunda mitad, todos a mi alrededor fueron afectados gravemente por el calor del verano y las elevaciones hormonales; comencé a notar que el número de parejas aumentaba y el de solteros deseables disminuía. Esta epidemia de pasión y calentura a mí realmente me tuvo sin cuidado, con la pequeña excepción de que mis ojos pronto comenzaron a notar que la población de hombres altos, de espalda ancha, brazos fuertes, manos tentadoras y piel color marrón dejaron de aparecer solos a escena, para darle oportunidad a todos aquellos individuos que habían permanecido en el anonimato por obvias físicas razones.

Por las características del crucero estaba consciente que probablemente me encontraría con algún dominicano, puertorriqueño, colombiano, panameño, venezolano o argentino deseoso de por lo menos no irse con las manos vacías de vuelta a su país. A mi honestamente, nada me preocupaba, en el fondo yo estaba segura que si alguno de los hombres a bordo debía ser para mi, tarde o temprano -obviamente esperando más temprano que tarde- me lo haría saber.

Y así fue!

La última noche a bordo del flamante yate, se dio una fiesta de despedida a la cual acudimos absolutamente todas las personas a bordo, incluyendo aquellos que estaban muy bien escondiditos.

Yo, que había permanecida fría y calculadora con los extranjeros a bordo, decidí esa noche (contrario a lo que usualmente habría hecho) no vestirme de gala sino elegir un atuendo sencillo, nada espectacular, quería sentirme relajada, en paz, sola y sin deseos de sentir miradas sobre mi. Mi vestimenta, mi peinado y mi maquillaje esa noche no fueron los característicos de Rosalba, fueron el reflejo de un interior (después de 2 meses en altamar), relajado, simple y sin complicaciones, exactamente todo lo contrario a mi rebuscada forma de vida en tierra firme.

La noche estaba transcurriendo como me lo esperaba, baile, buenos amigos, muchas risas, buena música, buena bebida, buen ambiente y algunas miradas, recuerdo en particular la mirada de un hombre que se encontraba a mi lado derecho a unos 15 pasos, muy insistente en hacerme voltear pero cuando su esposa llegó por sorpresa y yo solté una carcajada fingiendo que era a causa de la conversación y lo miré fijamente, no le quedó más remedio que agachar la cabeza y seguir indicaciones de su ,ahora presente, esposa.

Volví a centrarme en la conversación con mi nueva amiga y cómplice Marcelle originaria de Cuba pero residente en Honduras, cuando sin avisar se presentó ante mi mesa no cualquier hombre...
...Era “el hombre”, alto alrededor de 1.83, delgado con físico de nadador, sonrisa sincera, pecas adornando sus mejillas, rizos marrón, piel cajeta y la mirada más profunda, misteriosa y desafiante que jamás haya visto.




Se paró frente a mí, me miró fijamente y sin dejar de hacerlo pronunció sus primeras palabras:

- Muy buenas noches distinguidas damas, disculpen la interrupción pero no podía permitir que terminara la velada sin decirle (mirándome casi sin parpadear), que es usted poseedora de la mirada más enigmática que exista en los mares que esté asistente de capitán haya navegado.

- (Media sonrisa con destellos de seguridad, dejando entrever que eso YA LO SABÍA)
Gracias capitán. Me parece que sus viajes en altamar le han dejado una muy buena experiencia y aprendizaje en cuanto a mujeres se trata.

- Permítame invitarle una copa.


En un inicio debo confesar me resistí, esa noche las únicas intenciones que tenía eran las de disfrutar mi soltería y no lidiar con issues masculinos, pero sin que me diera cuenta comenzamos a sumergirnos en una conversación tan simple, sencilla y natural, que se tornó exactamente en todo lo contrario.
Hacía mucho tiempo que no pasaba tiempo charlando con un hombre que no invirtiera la mayor parte de sus palabras en elogios o versos improvisados y de mala calidad, hacía mucho tiempo que no me sentía libre de poses, gestos, opiniones y hasta malas palabras. Todas mis suposiciones, paranoias, debrayes y delirios de superioridad habituales, literal se fueron a la chingada cuando entre palabra y palabra noté que sus intenciones, no serían iguales a las de otros hombres que se me habían acercado con anterioridad.

Resultó ser de esos hombres que inspiran admiración y generan adicción.

Charlamos toda la noche. Supe que llevaba 5 años como primer asistente del capitán del barco y que este pronto se retiraría para dejarle su lugar, puesto que rechazaría ya que había decidido dejar de vivir una vida de ires y venires de soledad en altamar, para comenzar a vivir en tierra firme todo lo que había estado planeando durante años. Los sueños y proyectos que habían permanecido cautivos en su mar interior estaban pidiéndole la oportunidad de ver la luz.

Su lugar de nacimiento: diferente al mío
Su lugar de residencia futura: similar al mío
Tiempo de llegada a su lugar de residencia: tan sólo unos días antes que yo.

México. Puebla de los Ángeles. Abril 1946.

Si será corta la vida, pequeño el mundo y extraño el destino.

Esa noche, hablamos, reímos, bailamos, brindamos… me sentía cómoda y relajada pero aún así intenté varias veces volver a la mesa donde estaban Marcelle y mis compañeros de viaje más cercanos; obviamente sin éxito alguno ya que cada vez que intentaba algún movimiento para alejarme, me tomaba de la cintura para bailar, brindaba, o permitía que me alejara por unos minutos a la mesa con ellos, para volver a acercarse a mí con una sonrisa en los labios y la frase tatuada en la frente “no te dejaré ir”.

Debo decir que su insistencia y persistencia no me provocaron alguna especie de repelencia ni ganas de huir, por el contrario, me gustaba ese juego de dejarme ir para volver a sorprenderme en la mesa, note un interés genuino sobretodo porque me pude percatar que no estaba interesado primordialmente en mi físico o en mi escote, por supuesto que era un valor agregado, pero en el fondo supe desde un inicio que logró ver algo más en mi, logro mirar más allá y traspasar mis actitudes frías o mis comentarios monosilábicos. Más allá de sólo verme, pudo mirarme provocando que después de 2 horas de charla, yo fuera cautivada con su sonrisa sincera, su aspecto sereno, con su plática interesante y con su determinación para salir del salón con mi nombre, un número telefónico y una promesa: Rosalba, te estaré llamando en 3 semanas, el día martes a las 5 de la tarde. Hay un lugar a donde me encantaría hicieras el honor de acompañarme.

Tanta formalidad, tanta puntualidad, tanto compromiso, tanta promesa, me provocaron un poco de malestar estomacal y obviamente una fuerte dosis de incredulidad. ¿Cómo era posible que me hubiera especificado fecha y hora tan exactas para hacer una simple y sencilla llamada para ir a tomar algo?

Enseguida me sonrió, me besó la mano derecha, se despidió galantemente de la gente alrededor y se marchó del salón para dar una de sus últimas rondas a bordo del crucero como asistente de capitán. Lo observé caminar hacia la puerta del salón, unos metros antes se le unió otro almirante, lo miré cruzar la puerta y girar hacia la derecha, siempre con su semblante tranquilo y cálido, con sus manos entrelazados por la espalda, con su uniforme impecable, su postura erguida y perfecta, con esa seguridad envidiable.

Poco tiempo después me retiré a mi camarote, comencé mi ritual habitual para eliminar restos de maquillaje, lave mi cara, me cambié de ropa, me puse cómoda y tomé el libro que estaba a punto de terminar teniendo como fondo musical un poco de jazz. Intentaba distraerme entre la lectura y la música pero mi subconsciente no me dejaba concentrar por completo.

¿Por qué este hombre había llegado a mi vida de esta forma? ¿Porqué justamente el último día a bordo del crucero? ¿Por qué el día en que más me había esforzado para pasar desapercibida ante las miradas masculinas? ¿Por qué no podía quitarme de la cabeza su imagen? ¿Por qué esperaba que fuera ese martes? ¿Por qué quería convencerme que no me llamaría, pero a la vez quería que lo hiciera? Miles de preguntas pasaron por mi cabeza hasta que finalmente logré conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, alrededor de las 11:30 am, ya nos encontrábamos a escasos metros del muelle donde nos esperaban algunos carruajes para llevarnos al aeropuerto para tomar nuestros respectivos trayectos de vuelta a casa.

Esa mañana, al contrario de la noche anterior, había puesto especial esmero en mi arreglo personal, elegí ese vestido color verde botella que realza mi piel blanca y que hace brillar mi cabello color ciruela, un sombrero discreto y zapatillas altas para destacar un poco más. En verdad me veía espectacular y aunque yo misma me hiciera “chaquetas mentales” de que sólo lo había hecho para despedirme de mis amigos y para llegar linda a casa, la verdad es que mi mirada se encontraba inquieta en busca de ese hombre que durante 2 meses había permanecido en el anonimato pero al que le bastó un sólo instante para generarme esa cosquilla inquieta y desquiciante.
Me encontraba en popa mirando el “skyline” de la ciudad, “AHHHH que linda se ve la tierra cuando has pasado 2 meses en altamar” me sentía contenta y nostálgica, inquieta y pasiva, estaba dando las últimas caminatas sobre ese maravilloso barco cuando al mirar a través del cristal de una de las salas, lo ví. No estaba solo, se encontraba el capitán del barco, el y 4 almirantes más, platicaban, reían, se daban palmadas en el hombro y finalizaron con un fuerte apretón de manos y un abrazo. El nunca miró hacia donde me encontraba yo.

Una hora después, el silbato del Barco comenzó a cantar su últimas notas agudas, era el anuncio que habíamos anclado en el muelle. Los pasajeros al escuchar este anuncio soltamos en aplausos. Comenzaron los abrazos, los besos, las despedidas, se notaba en los rostros una sonrisa genuina pero inundada por las lágrimas que muchos no repararon en dejar escapar.

Era mi turno para descender del barco; con una mano iba sosteniendo mi sombrero mientras que la otra se iba deslizando sobre el barandal color bronce a medida que daba un paso más hacia tierra firme. Bajé completamente del barco, camine un poco para no estropear la circulación de pasajeros y giré para poder mirar con calma aquel barco que había sido mi refugio por 2 meses, era monumental, enorme; hacía un día hermoso, soleado, corría un aire ligero de un típico día de verano junto al mar, de ese que hace volar tu cabello ligeramente y convierte a la brisa en rocío apenas perceptible y agradable, olía a frescura, a un nuevo día… tomé unos minutos, cerré mis ojos, seguí sosteniendo mi sombrero y me adentré a recrear la imagen de la Rosalba que hacía 2 meses subía a ese mismo barco para compararla con lo que hoy se bajaba y volvía a casa.
¿Qué tanto había cambiado? No sólo había sido un retiro espiritual, había sido un viaje mar adentro de mi ser, hacia lo más profundo, el descubrimiento de especies que no sabía existían en el fondo de mi mar, una lucha con mis demonios, una batalla contra mis miedos, una guerra contra mis inseguridades, y de pronto me encontraba allí, mirando hacia ese pedazo de metal sintiéndome renovada, limpia, ligera, feliz… diferente...

Volví a la realidad y me dirigí hacia el carruaje asignado, era hora de partir; me había resignado a no verlo de nuevo, cuando de pronto AHÍ ESTABA, bajando las escaleras hacia el muelle en compañía del capitán y los almirantes, eran los últimos en bajar, sonreía, saludaba con su mano izquierda y su cabeza se movía de un lado a otro como en busca de algo, o de alguien. Mi carruaje ya había comenzado a avanzar.

Nuestras miradas nunca se cruzaron esa mañana.

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