Después de haber caminado imparable con 31 kilos sobre las espaldas; mis pies enllagados y el cuello entumecido me suplican por un poco de piedad.
Busco
un lugar para reposar unos instantes mi consumido ser pero no encuentro sitio disponible
en la ninguna de las bancas de El Born. Las
tardes de verano en Barcelona son para respirarse con cada uno de los poros, en
las calles, en la playa, en las plazuelas. Me encanta este barrio, su aire bohemio y relajado parece detener el
tiempo, se vive algarabía y risas y sin embargo se respira quietud y paz.
Sentarme
en la banqueta exigiría doblar mi ya
entumecido cuerpo más de la cuenta y correría el riesgo de desquebrajarme en
mil pedazos; quizá podría sólo dejar caer todo mi peso -más el que traigo
cargando- para llegar hasta el suelo. Que distante se siente la banqueta.
Exhausta,
miro a mi alrededor y la idea más próxima a “sentarme a descansar” significa caminar
unos 100 metros más para llegar a la Catedral del mar donde una banca de iglesia
podría darme cobijo y alivio. Me dirijo hacia ella. ME QUEDO SIN PALABRAS, el
cansancio pareciera haberle dejado de importar a mi cuerpo, mente y espíritu. QUE MARAVILLA.
“Las vidrieras orientadas al sol son de colores vivos,
rojos, amarillos y verdes, para aprovechar la fuerza de la luz del
mediterráneo; las que no lo están son blancas o azules. Y cada hora, a medida
que el sol recorre el cielo, el templo va cambiando de color y las piedras
reflejan unas u otras tonalidades. Es como una iglesia nueva cada día, cada
hora, como si continuamente naciera un nuevo templo, porque aunque la piedra
está muerta, el sol está vivo y cada día es diferente; nunca se verán los
mismos reflejos”. (Ildefonso Falcones)
Me
encuentro deleiténdome con cada uno de los detalles de este magnífico refugio
cuando llama mi atención una especie de emblema labrado en metal. Lo miro con
detenimiento y mi mente se revoluciona –o se vuelve loca-, pareciera estar
enviándome un mensaje, quizá un mensaje de auxilio. Se trata de un "BASTAIX" aquellos
hombres que acarreraron, desde la distante cantera de Montjuic hasta los pies
de la iglesia toda la piedra necesaria para la construcción de la misma; y lo
hicieron cargando sobre sus espaldas las impresionantes piedras que después serían
labradas a pie de obra. El rostro y semblante de esta pequeña imagen
labrada en metal parece estar diciéndome algo. Sus ojos están cerrados, su
postura es encorvada y el cuello y espalda parecen estar a punto de romperse
por llevar a cuestas ese ese gran peso ajeno a ellos -así como yo llevo
cargando esta odiosa back pack de 31 kilos sobre mi espalda-. Me quedo
perpleja, ese "bastaix" cargando una pesada piedra sobre sus hombros es mi propio
reflejo.
Elijo
una banca sobre el costado izquierdo justo a media distancia entre la entrada y
el altar donde se encuentra la imagen de Santa Maria. Mantengo la imagen del "bastaix" en mi mente, la compare con mi propia imagen y comprendo que mi back
pack se vive más pesada que la piedra que el lleva a cuestas. Con un nudo en la
garganta me hago consciente que ya no me es posible seguir cargando esos 31
kilos sobre mi espalda, no, si es que algun día pretendo llegar a mi destino; así
que con todo el temor que me había impedido soltar mi back pack durante muchos años
-31 para ser exactos- la retiro de mi espalda, la coloco sobre mis rodillas y
decido valientemente descubrir que es lo trae dentro.
¿ En
que momento comencé a apropiarme de
cosas que no eran mías ?
Imagino que desde niña me fui convirtiendo en una
pequeña coleccionista de lo ajeno. Observé detenidamente por un largo rato el
interior de la back pack hasta que poco a poco y con mucha valentía, fui
descubriendo todo lo que estaba ahí dentro y que había venido cargando con
ningún objetivo más que el de lastimarme
a mi misma.
Me
encontré con dudas que acepté como propias cuando aquella persona no fue capaz
de creer en si misma. Me encontré con un bajo nivel de confianza que me
adjudiqué cuando permití que alguien pasara por encima de mi para lograr su
objetivo. Me encontré con la falsa idea de necesitar “huir” para ser libre; con
la illusion de que la felicidad estaba relacionada con lo que uno “tiene”
afuera y no con lo que “somos por dentro”. Me encontré con los demonios que
otras personas depositaron en mi para no enfrentarlos ellos mismos, con los
miedos de aquellos que no fueron capaces de encarar y me culparon por no
ayudarlos a vencerlos. Con complejos ajenos,
con miedos inexistentes, con temores irreales, con prisiones aparentes, con limitaciones
imaginarias… que me había encargado de asumirlos como propios –y por si fuera
poco, los venía cargando a cuestas- ...y luego
nos preguntamos cómo ha llegado a nuestro interior tanta lucha, tanto conflicto...
Sentada
en esta banca, manteniendo en mi mente el semblante agotado de ese “bastaix” he
ido sacando uno a uno todo aquello que no me corresponde y se los he ido
regresando a cada de las personas a quienes realmente pertenecen. No son míos,
no los quiero, no los necesito, no tengo porque seguir cargando con ellos.
¿ Por
qué sera que los seres humanos nos empeñamos en convertirnos en Amantes de lo
ajeno? ¿y además de apropiárnoslo y optar por traerlo cargando a cuestas? Tan
rico que es caminar los senderos de la vida con nada sobre las espaldas más que
los sueños y las ganas de creer en imposibles.
No soy
más una amante de lo ajeno y no tengo miedo de haberme quedado con una back
pack vacía porque en el momento en que nos damos cuenta que no tenemos nada propio,
en ese mismo la luz de nuestra propia sabiduría empezará a aflorar de nuestro interior.
No soy más una amante de lo ajeno. Hoy me siento “con la mirada
perdida en el horizonte y el espíritu bailando con la mar”
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