martes, 16 de febrero de 2010

Anoche me despedí de ti frente al espejo

y finalmente derramé todas las lágrimas que habían permanecido reprimidas durante el tiempo que te tuve -y no-.

Anoche te grité todo lo que debí de haberte gritado y te llené de golpes indoloros, aunque fueras merecedor de todos mis abrazos. Te reclamé por lo brillante e ingenioso de tus argumentos y lo sutil de tus desprecios; te merecerías un aplauso por tu habilidad para haberme mantenido al borde de esa delgada línea asesina que separaba tu rechazo de tu amor.

Anoche metí en la trituradora tus cartas acompañadas de todos nuestros sueños; los anhelos de lucha compartida los arrojé al fuego de la chimenea. Recordé por última vez nuestros paseos de la mano por las calles de la Habana, las noches en Zaragoza y las mañanas en Caracas; la revoltura de las sábanas en aquel hotel de Nueva York, la magia del sonido de las olas del mar tirados sobre la arena del caribe, las historias inventadas en las calles góticas de Barcelona y lo colorido que se volvió el azul monocromo del cielo, al llegar juntos a la cima de la pirámide del sol.

Pensé por última vez en esa chispa de curiosidad que nos unía, en las ganas de crear nuevas historias y en nuestra necesidad de encontrar significados más profundos; Me despedí de tu forma de tocarme al estar dormida y de las manifestaciones de amor en medio de un sueño; de tus labios delgados y de tu lengua agridulce; de cada uno de tus largos dedos como final inquietante de tus brazos fuertes. Me despedí de las luces y sombras de tu espalda y de lo peculiar de tu abdomen. Recordé por última vez lo penetrante de tu forma de mirarme -que aunque lo negaras con palabras- delataba que aún había algo de ese amor puro y adolescente.

Anoche soñé por última vez con las ganas de romper este mundo con el único propósito de crear el nuestro y te repetí que hubiera sido capaz de ir contigo hasta el fin del universo -y más-. Anoche te besé todos los besos que te hubiera dado por el resto de mi vida y te dije por última vez, suavecito y al oído te-amo-quédate-conmigo-no tienes-una-puta idea-de-cuanto-te- he-extrañado-no-me-vuelvas-a-dejar.

Anoche frente al espejo, te puse de nuevo en ese pedestal que años tras te construí.
Cerré la puerta y la puse bajo llave; saqué todas mis fuerzas y la arrojé hacia el fondo de ese mar por el que no navegaré.

Anoche me despedí de ti frente al espejo y con eso, finalmente, me he puesto en total y absoluta libertad.

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